Belgrano: aquel Monumental abordaje pirata
“Barrio Alberdi que dejé en busca de otras quimeras y hoy te canto a mi manera porque de ti no me olvido, aunque mi rancho querido, sea una humilde tapera”
Si hasta parece premonitorio cada acorde de la guitarra del Chango Rodríguez con aquellas estrofas recitadas en la zamba de Alberdi hablando de quimeras. Si de utopías se trata, el Belgrano heroico de las paradas imposibles, puso su nombre en boca de todos protagonizando uno de los batacazos más grandes que se hayan visto en el fútbol nacional.
Un 26 de Junio del 2011, llegaron al Monumental, con leve ventaja cordobesa, el humilde Belgrano y el multicampeón River Plate a resolver un duelo con todo el drama posible.
Aquella tarde, la sorpresa fue mayúscula y el “viejo y glorioso Belgrano de corazón sin igual” se hizo canto emocionado atravesando el país futbolero y resonando en los cinco continentes.
A finales del 2010, ni el más entusiasta de sus hinchas, imaginaba semejante desenlace. Los celestes venían de tropiezo en tropiezo y ocupaban los últimos puestos de la tabla de la B. Existía una brecha de 17 puntos entre el barco pirata y tierra firme: la zona de ascenso.
Con la llegada de Ricardo “Ruso” Zielinski a la dirección técnica, las piezas se fueron acomodando lentamente. El DT supo encontrar las mejores versiones de Olave, Farré, Franco Vázquez y el “Picante Pereyra” y reforzó al equipo base con Ribair Rodríguez, Cristian Tavio y Claudio “Chiqui” Pérez.
El equipo del Ruso, recuperó la identidad del club con un único mandamiento: jugar a lo Belgrano. ¿Qué significaba? Convertirse en un once sólido, aguerrido y molesto para los rivales. Un equipo consciente de sus defectos y virtudes, que peleara hasta la última pelota, convirtiendo al Gigante de Alberdi en una fortaleza impenetrable.
Con el “Picante” Pereyra en modo goleador intratable y Franco Vázquez en estado de gracia, Belgrano también tuvo momentos de buen fútbol y logró remontar la tabla, acercándose a la meta.
A dos fechas del final, se aseguró el cuarto puesto y accedió a una de las promociones por el ascenso. Eso era parte del plan. Lo que nadie esperaba era que el rival fuera River Plate, un gigante en caída libre.
Una vez confirmados los cruces, lo mismo de siempre: los medios nacionales hablando solo de la debacle millonaria. Ver al club más ganador de la historia del fútbol argentino al borde del abismo, estimulaba el morbo de la audiencia.
Muy pocos le ponían fichas al humilde Belgrano. Daban por descontado que River saldría airoso del duelo, lo que fue a la postre el primer gran error; subestimar a un equipo decidido y con hambre de gloria.
Alberdi es sinónimo de pertenencia al barrio, de luchas populares y zambas carnavaleras dedicadas a su lunita. Alberdi tiene una mística especial que emana de sus callecitas en penumbras alrededor del Hospital de Clínicas, la Plaza Colón y el Estadio Julio César Villagra.
Una mística que contagia a propios y extraños, sea que un foráneo venga a estudiar o a competir. Mil anécdotas persisten en futbolistas que defendiendo la camiseta de Belgrano se han convertido en hinchas, enamorados de su gente y sus colores. Si hasta uno de sus máximos ídolos, el “Luifa” Artime, pasó de goleador histórico a presidente del club, conservando su tonada de porteño para nada trucho y más cordobés de alma, que la peperina y el pasaje aguaducho.
La noche del 22 de junio, Alberdi era una fiesta. Las calles aledañas al Gigante explotaban de hinchas celestes que se sabían protagonistas de un día histórico.
Obviando una mayor recaudación en el estadio mundialista de la ciudad, Belgrano ganó 2 a 0 el choque de ida, llevando a River a las profundidades del barrio Alberdi donde le tiraría por la cabeza toda su estirpe de potrero, sus alambradas y presión tribunera, bien reconocida como el aguante pirata.
Siguieron tres eternos días y sus respectivas interminables noches. El nerviosismo era total y los hinchas de River temían la peor deshonra de su historia; los de Belgrano se sentían tan cerca de la hazaña que era imposible conciliar el sueño.
Tampoco durmieron los propios jugadores, asediados por las bombas de estruendo que hicieron estallar los simpatizantes millonarios en las afueras de la concentración. Pensar que esto serviría para distraerlos o amedrentarlos fue otro gran error. El equipo del Ruso Zielinski estaba preparado para la adversidad y cada piedra en el camino, fue transformada en una motivación más.
De camino al estadio, el plantel celeste, cantó y revoleó camisetas en el colectivo. Vivían la previa como verdaderos hinchas.
Aún resuenan los ecos de la radio de toda la vida, con el inolvidable Turco Wehbe parafraseando al gran Chango: en el “barrio de estudiantes y doctores, de serenatas y flores”.
Olave; Turús, Lollo, Tavio, Pérez; Mansanelli, Farré, Ribair Rodríguez, Maldonado; Franco Vázquez y el Picante Pereyra, fueron los once guerreros elegidos por Zielinski. Saltaron al campo, en un marco totalmente dominado por el rojo y blanco, excepto por un pequeño sector ocupado por eufóricos simpatizantes de Belgrano.
El partido como se recuerda, tuvo de todo; no le faltó nada para amoldarse al clima dramático que se estaba viviendo, con River poniendo en juego la historia y la grandeza del club.
River llega primero a inclinar el marcador con el disparo de Pavone batiendo a Olave quien, con el correr de los minutos, fue agigantando su figura soportando los embates locales.
Hasta la suerte se mezcló con la impericia del árbitro Pezzota que no cobró un penal claro del “chiqui” Pérez a Leandro Caruso que pudo haber cambiado la historia por completo
Quedaban 45 minutos para el infarto. Cualquier cosa podía suceder incluida la contra del Pirata donde el propio Picante se la quiso entregar al Mudo Vázquez y el rebote le quedó a Guillermo Farré.
Casi de carambola, seguramente por obra y gracia del mismísimo destino. No era frecuente verlo merodeando por el área, pero ahí estaba él, listo para agarrarla de aire y liquidar a Carrizo. La locura fue tal que Farré no sabía ni con quién abrazarse ni para qué lado correr. Belgrano estaba a un paso de la hazaña…
Un ratito más tarde, y como para no quedar en deuda, Pezzota cobró un penal bastante menos claro que el que había omitido en la primera etapa.
El reloj marcaba 24:06 cuando Olave atajó la pelota de su vida. Imposible no traer a la memoria que justamente un 24 de junio del año 2000, moría el cantante Rodrigo, primo de Juan Carlos y eterno símbolo Pirata.
Ese domingo, a los 24:06 del segundo tiempo, el disparo de Pavone fue directo al pecho de Juanca, justo en la parte de su buzo donde sonreía la imagen del Potro. “El que quiera creer que crea”, dice Olave, con el gesto de quien desconfía de las meras casualidades.
¿Cuántos minutos habrán pasado desde ese momento hasta que cada uno de los protagonistas supo, a ciencia cierta, que la suerte estaba echada?
Los hinchas de River alternaban entre el desconsuelo y el espanto ¿Cómo era posible que el equipo más ganador de la historia del fútbol argentino se estuviera yendo al descenso en su propia cancha y ante su gente?
“Mientras River es una mueca y el sol baja y le da en las caras pálidas a los hinchas millonarios, ya el vestuario Celeste es un grito que viene del ‘68, de toda la vida de la liga cordobesa, gracias querido Belgrano, gracias por las emociones y las sensaciones que nos hiciste pasar. Viejo y querido Belgrano, de corazón sin igual, tu barra te lo agradece y te alienta hasta el final”
Aquella tarde, la sorpresa fue mayúscula y el Viejo y Glorioso Belgrano fue un canto sentido y multitudinario que atravesó el país entero, ocupando los portales y las portadas de los diarios de todo el mundo.
No se sabe cuántas horas pasaron hasta que los jugadores de Belgrano pudieron salir del resguardo del vestuario a festejar con el puñado de hinchas celestes que aún los esperaban en un rincón del Monumental que literalmente se prendió fuego.
Tampoco se sabe a ciencia cierta, cuánto duró la caravana de regreso a Córdoba a puro cuartetazo y fernet. “Si una noche alegre, con mi serenata,
se prende y apaga la luz de un balcón” y hasta el fantasma del Chango junto a cientos de miles coparon la cuidad esperando por los guerreros de Zielinski para rendirles tributo.
Con los años, las calles del eterno barrio Alberdi se llenaron de murales con las caras de los autores de aquella hazaña: El Ruso, Olave, Turús y Guillermo Farré sonríen en las paredes celestes que custodian el Gigante.
El Pueblo Pirata los llevará siempre en un lugar privilegiado de la memoria y el corazón. Nunca olvidarán el día en que pusieron de rodillas a un grande, conmoviendo los cimientos del fútbol todo y logrando que el planeta entero hable del “pirata cordobés”.
Mapa
Club Atlético Belgrano, Arturo Orgaz, Córdoba, Argentina