Instituto: semillero de campeones del mundo
El futbol, la excusa perfecta para recrear las arduas tareas de los talleres del tren. En ese histórico Barrio de Alta Córdoba con sus casonas señoriales, la Plaza Rivadavia y las vías. Las calles rectas, anchas, bien arboladas como marco de una cita imperdible. De a pie con hijos, sobrinos y abuelos, embanderando de rojo y blanco la calle Jujuy camino a uno de sus mayores símbolos: el estadio Juan Domingo Perón, la casa del Instituto Atlético Central Córdoba.
En sus más de cien años de vida, Instituto se convirtió en un club modelo con múltiples disciplinas y admiró al mundo con una cantera inagotable de jóvenes talentos futbolísticos.
Hoy exhibe orgulloso el pomposo pero merecido título de “cuna de campeones del mundo” y lo plasmó en una gigantesca bandera con la cara de tres de sus máximos retoños: Mario Kempes, Osvaldo Ardiles y la “Joya” Paulo Dybala.
Corría el año 1972 cuando Mario Alberto Kempes, de 17 años, decidió probar suerte. En el ambiente ya se rumoreaba que Mario era un delantero de temer y el dato le llegó a la dirigencia de Instituto.
Cuenta la leyenda que en su primer amistoso con la Gloria, firmó la planilla con otro nombre, pues los dirigentes de Alta Córdoba no querían arriesgarse a que otro club les soplara al jugador, como ya había pasado en otros casos. La prueba de fuego fue frente a Argentino Central y la Gloria se impuso 3 a 0 con gol de un tal Aguilar, el pseudónimo que había elegido Mario Alberto.
Instituto lo fichó pero el joven artillero siguió viviendo el Bell Ville hasta que terminó el secundario. Recién al año siguiente se instaló definitivamente en la capital.
Con Kempes en sus filas, Instituto se coronó campeón de la Liga Cordobesa y logró el objetivo soñado: clasificar al Nacional ‘73. Allí, Mario se destacó como uno de los grandes goleadores del torneo e integró una de las mejores delanteras de la historia del fútbol argentino junto a José Luis Saldaño, Osvaldo Ardiles, Alberto Beltrán y José Luis Ceballos. Tuvo su ansiado debut en primera el 6 de octubre del ‘76 ante Newell’s y en la red apenas unos días más tarde, enfrentando a River Plate.
Instituto fue su catapulta al sueño que lo desvelaba desde pibe en Bell Ville: ponerse la camiseta de la Selección. Tuvo una primera experiencia con las juveniles y poco tiempo después ya con la mayor de la mano del recordado Omar Sívori.
Con sus goles como principal argumento fue convocado para el Mundial de Alemania en 1974. Desafortunadamente, se iría de la Copa sin poder convertir pero, más temprano que tarde, el Matador tendría su revancha.
En un puñado de años, pasó de Instituto a Rosario Central y luego al Valencia de España. En cada uno de esos clubes dejó una estela de goles y se convirtió en ídolo indiscutido, pero el punto de inflexión de su carrera todavía no había llegado.
No fue sino hasta el Mundial jugado en nuestro país en 1978 que Kempes alcanzó el estatus de leyenda. Los goles del Matador fueron un bálsamo para un pueblo que se desangraba por la Dictadura.
El día de la final ante Holanda, millones de papelitos sobrevolaron el Monumental. Cada uno de ellos llevaba consigo una única plegaria compartida: ganar nuestro primer mundial.
Algunos flashes de aquel partido quedaron marcados para siempre en el inconsciente colectivo. Allá va Kempes con su melena negro azabache y la diez en la espalda, se mete en el área y define de manera magistral para abrir el marcador. Gritan en el Monumental y también en su Bell Ville natal, tras un pequeño televisor en blanco y negro aquellos que lo vieron tirar sus primera gambetas.
Holanda alcanza el empate y vamos al alargue. En el estadio ronda la duda. ¿Quedaremos otra vez relegados al título de campeones morales?
A los 14 del primer tiempo suplementario, Mario decide responder esa pregunta haciendo lo que mejor sabe. De guapo deja a dos en el camino, y queda mano a mano con el arquero. La pelota rebota y favorece a Kempes que solo tiene que empujarla…
En la foto de esa escuadra memorable, aparece Osvaldo Ardiles, otro representante mundialista surgido de las entrañas de Instituto.
Nacido en barrio General Paz, dio sus primeros pasos en el Club Estrella Roja y a los 13 años llegó a la Gloria. Hizo todas las divisiones inferiores en el club de Alta Córdoba y gritó campeón en todas las categorías, incluso en reserva donde ya asomaban otros grandes talentos como Pancita Lopez, Curioni y Beltran. Corría el año 1969 cuando Osvaldo saltó a la primera, catalogado como una gran promesa del semillero.
Al igual que Kempes, fue parte del plantel que se consagró en el ‘72 y consiguió la clasificación para el histórico Nacional de 1973.
Sus buenas actuaciones llevaron a varios de los grandes de BsAs a preguntar por él. Finalmente desembarcó en Huracán luego de un breve paso por Belgrano. Tiempo después, el Pitón recordaría entre risas que vistió la camiseta de los tres más grandes de la provincia, ya que se puso también la de Talleres en un amistoso contra el Ajax.
Mediocampista habilidoso y criterioso, se convirtió en uno de los pilares de la era Menotti y brilló en el Mundial ‘78. Curiosamente, vistió la camiseta número 2, para nada asociada con su lugar en la cancha. Jugó en 6 de los 7 partidos disputados por Argentina en aquella Copa del Mundo, incluida la histórica final ante Holanda, y fue una de las figuras más recordadas de ese equipo.
Cuando Bertoni convirtió el tercero y sentenció la historia, Ardiles y Kempes se fundieron en un abrazo sin imaginar que un día sus apellidos, nombrarían tribunas y estadios.
Paulo Dybala es la última joya surgida en la prolífica cantera albirroja. De chiquito hizo miles de veces el camino desde Laguna Larga al predio de La Agustina. Junto a su papá Adolfo, iban y volvían a cada práctica y partido juntos, abrigando el mismo sueño. Paulito tenía un gran talento y los profes de las inferiores de Instituto supieron pulirlo y ayudarlo a florecer.
Con la muerte de su papá, Paulo estuvo muy cerca de dejar el fútbol para siempre. Por suerte no lo hizo. ¿Habrá sospechado que algún día terminaría levantando la Copa del Mundo?
Creció en la pensión de Instituto, con las leyendas de Kempes y Ardiles grabadas a fuego, quizás por eso heredó el olfato goleador de uno y la gracia gambeteadora del otro.
A los 17 años, con la casaca 9 en la espalda, debutó en la primera de la Gloria y no le pesó. Su desparpajo generó murmullos en la platea: “este chico es cosa seria”. Una semana después marcó su primer gol y lo festejó mirando al cielo. El sueño compartido estaba cumplido.
Tras ese primer gol siguieron otros 16, para redondear una temporada explosiva. Aunque lo mereció, Instituto no logró el ascenso y Paulo armó las valijas con rumbo a Italia donde brilló primero en Palermo y luego en la Juventus.
Muchos goles después, llegó su primer mundial en Rusia 2018 pero Argentina no hizo un buen papel y Paulo se quedó con ganas de más.
Cuatro años más tarde, con excelente performance previa en la Roma tendría su segunda experiencia mundialista en Qatar y no necesitaría demasiados minutos en cancha para ser recordado para siempre por la patria futbolera.
Se jugaba el último minuto del segundo tiempo suplementario de la final de todos los tiempos. Argentina 3 – Francia 3. Quedaban segundos para los penales y Mbappé -que ya había marcado los tres goles de su equipo- encaraba hacia el área con pelota dominada. Por obra y gracia del destino, ahí estaba Paulo, para revolear ese balón y devolverle la vida a 45 millones de argentinos.
Unos minutos después, tuvo su segundo momento épico. Quizás, desandando el camino eterno entre el centro del campo y el punto del penal, pensó en Laguna Larga, en su papá Adolfo y en los profes de La Agustina.
Tal vez, solo se concentró en el consejo del Dibu Martínez que le indicó dónde patear. Lo cierto es que fue gol y se gritó con alma y vida. Paulo levantó la copa más hermosa de todas y volvió a Laguna Larga lleno de gloria.
En más de cien años de vida, Instituto llenó sus vitrinas de laureles en múltiples disciplinas y le regaló al fútbol talentos como Kempes, Ardiles y Dybala.
Cada vez que el equipo salta a la cancha, entre papelitos y bengalas, aparece una enorme bandera albirroja que retrata a estas tres leyendas con la copa del mundo y reza merecidamente: Instituto, cuna de campeones.
Mapa
Instituto Atlético Central Córdoba (I.A.C.C.), Jujuy, Córdoba, Argentina