Para cualquier turista desprevenido hay un nombre que seguro llamará su atención, con solo observar las últimas remodelaciones del estadio mundialista de la ciudad. Ese nombre es Roberto Daniel Gasparini y distingue a uno de los paños de tribuna más generosos y visibles del coliseo cordobés.

Para los más nóveles amerita ponerlo en contexto, pero los más memoriosos no necesitan demasiadas referencias. El “Pato” es la personificación de la elegancia y la fina estampa de un futbolista líder, dueño de una magistral pegada de tiro libre.

Le dio su nombre, por elección popular, a la misma tribuna que costaba llenar en los ’90 y que hoy a menudo luce repleta de hinchas. Casi un canto premonitorio del creciente reconocimiento que le fue prodigando la gente, al propio Gasparini, con el paso de los años.

El Miguel Sancho, la casa de la “academia cordobesa” respira fútbol en el corazón de una barriada de laburantes donde el tiempo parece detenido al costado de las vías, entre las diagonales de Nueva Italia.

El de Racing cordobés es un corazón valiente, vapuleado mil veces, pero de pie. Dispuesto a  seguir derribando barreras y amando a esa casaca color cielo, que forjó una rica e inolvidable historia.

Con 16 temporadas en 1ra división, entre torneos de AFA y campeonatos nacionales, la gran academia cordobesa pronto cumplirá 35 años desde la última vez que perteneció al círculo máximo.

Tras aquella fatídica tarde del 25 de Mayo de 1990, descendido y goleado por Chaco For Ever en la cancha de Boca; Racing inició un camino de múltiples vaivenes parecidos a un vagón sin frenos, desplazándose a toda velocidad por una alocada montaña rusa futbolera.

Las esperanzadoras trepadas eran seguidas de estrepitosas caídas que lo llevaron incluso a morder el polvo dos veces en su liga de origen y así empezar de nuevo a remarla, una y otra vez.

Pocos casos se registran de una institución símil Ave Fénix, reinventándose y resurgiendo desde sus cenizas, para intentar recuperar el brillo de los lejanos años ‘80.

Fulgor vigente en los dulces recuerdos de los hinchas propios y de aquellos prestados por otras escuadras que le tuvieron simpatía y le guardaron para siempre, un lugar entre los grandes del deporte cordobés.

Con aquel equipazo del “Coco” Basile, subcampeón del Nacional que cualquier desprevenido recita de memoria: Ramos; Del Mull, Noriega Coloccini y Vivanco; “el panza” Lopez, “la chueca” Aramayo, “el Pato” Gasparini y “la araña” Amuchastegui; Vallejos y Atilio Oyola.

¿Cómo olvidarlos si fueron orgullo de la ciudad asombrando a propios y extraños, jugando con clase y maestría? No hacía falta ser hincha de Racing para admirar por ejemplo a Roberto Daniel “el pato” Gasparini.

Ídolo y campeón en Rosario Central y en México, apenas pasó fugazmente por la selección argentina que no le dio más cabida solo porque era contemporáneo de Maradona.

Los raros giros del destino le impidieron proyectarse como mereció, en el futbol de Europa. Los caprichosos tiempos de la mercadotecnia de su época no le facilitaron ganar dinero importante. Ahora es millonario en elogios y afectos por su humildad y perfil bajo, pero jamás disfrutó de jugosas transferencias o millonarios contratos como los que hoy perciben muchos futbolistas que podrían, con suerte llevarle al pato, el botinero y el cepillo de dientes.

Su suerte esquiva para las finanzas quedó plenamente confirmada en un delirante episodio reflejado en el documental PRODE.

Difícil pergeñar un guion que supere este increíble episodio del 6 de Mayo de 1984, donde no fue necesario apelar a la ficción. Aquel plantel tenía acumulados 12 aciertos plenos en el famoso juego de azar.

El 13er partido de la boleta lo jugaban justamente los muchachos de Racing, que obvio habían apostado por su victoria ante Ferro, en la cancha de Instituto.

La cosa estaba 1 a 1 y el tiro libre para Racing a falta de cinco minutos para el final le cayó en los pies o en las manos, que es lo mismo decir, al pato Gasparini.

Ya había clavado un golazo al ángulo en el arco sur. Ahora fiel a su costumbre, la hizo picar un metro antes y se le metió al arquero por arriba de la cabeza, en el arco norte.

Gasparini y todo Racing celebraban a los saltos como si del campeonato del mundo se tratase. Se frotaban las manos calculando el jugoso premio que iban a percibir en dólares pero cuando todo se aclaró aquel plantel cayó en la cuenta de que efectivamente habían ganado el PRODE, solo que la “suerte” bendijo también a otros 99 apostadores.

Abonados los descuentos de ley repartieron doce mil dólares entre cuarenta personas. Unos 300 por cabeza que apenas alcanzaron para pagar la cena.

Así fue y así sigue siendo la vida del Racing cordobés, un sube y baja de emociones que solo pueden soportar aquellos que comparten y validan su locura. El loco berretín de ser fanáticos de esta academia de cracks y maestros, de esta verdadera locademia del fútbol.