El patio del museo de Arte Religioso Juan de Tejeda

El Museo de Arte Religioso Juan de Tejeda es como un portal a otro mundo, o a otro tiempo, que parece detenido. Está en pleno centro de la ciudad y es uno de los edificios más hermosos de Córdoba Capital.

Con su atmósfera serena, invita a descubrir sus secretos, como su maravilloso patio colonial que es para una verdadera postal.

El patio transporta a los antiguos claustros de un monasterio, donde cada detalle parece susurrar historias de un pasado lejano. La influencia andaluza, traída por los conquistadores españoles hace más de cuatro siglos, se siente en cada rincón, en cada planta y en cada piedra.

La historia del museo se remonta al año 1628, cuando el Monasterio San José de Carmelitas Descalzas se estableció en una esquina que hoy es parte del corazón de Córdoba. Antes de que se convirtiera en monasterio, fue el hogar de la familia Tejeda, una de las fundadoras de la ciudad.

Juan de Tejeda, el patriarca, era un hombre respetado, comerciante acaudalado, alguien que tenía el mundo a sus pies. Un hecho familiar lo hace cambiar, y decide transformar su hogar en un convento de clausura, siguiendo las estrictas reglas de Santa Teresa de Jesús.

Así, lo que una vez fue una residencia familiar se convirtió en un lugar de retiro y de oración.

El patio se convirtió en el corazón de la vida monacal. Aquí, las monjas no solo rezaban, sino que también trabajaban. Las actividades cotidianas, como la confección de textiles, la elaboración de ollería, y la producción de dulces y mermeladas, llenaban este espacio de vida y propósito.

Uno de los documentos más fascinantes es la visita del obispo José Antonio Gutiérrez de Zevallos en 1733, donde se detallan las actividades del convento.

Aunque pasaron casi tres siglos, el patio sigue ofreciendo una experiencia sensorial única a quienes lo visitan. Es un lugar donde la historia y la espiritualidad se entrelazan creando una atmósfera que invita a la reflexión y al asombro. Aquí, el silencio es casi sagrado, solo roto por el canto de las aves que parecen custodiar el lugar.

La vegetación, con sus colores vibrantes y aromas envolventes, invita a respirar profundo y disfrutar del momento. Al levantar la vista se ve la cúpula de la Catedral de Córdoba, que se alza majestuosa como un recordatorio de la grandeza arquitectónica de la época.